1 de febrero de 2012

Día 278 de mi vida.

No sin cierta dificultad, Candela se abre camino entre elefantes, osos, llamas y algún pájaro. Sus pasos casi nunca son certeros y se desploma con facilidad entre sus agotados peluches. ¿Jaque? Nunca. Sin apenas coger impulso, vuelve a levantarse. Escala, gatea en vertical por las paredes del pequeño habitáculo de plástico en lo que parece un esfuerzo titánico.

La observo atónita. No descansa. Y cae y se levanta casi tantas veces como mi pestañeo. Es la lucha contra la gravedad. Cuando consigue algo de estabilidad y logra agarrarse, de pronto una música (en la televisión, en la calle, en una radio lejana) la saca de su tenaz concentración y baila, baila, flexionando sus piernecitas en un amago de brinco que nunca llega... la torre vuelve a caer.

Yo sigo cada movimiento, cada caida, pensando en que nada le duele. Pero de pronto cae, de espaldas. Y un llanto quiebra mi ensimismamiento.

Buaaaaaaaaaaaaaaa Papá Mamá

Buf. No es ella. Es el hijito inerte que llora casi con tanta fuerza. Sólo ha sufrido un leve aplastamiento que ha hundido un poco su cráneo de plástico. Falsa alarma.